Nuestra Historia

Desde nuestra vida

“Proclama mi alma la grandeza del Señor"(Lc 1, 46)

   

Esas mujeres anduvieron con Dios, las páginas de este libro todavía huelen a incienso porque entre sus letras se percibe el aroma de la santidad.

Largo es el pergamino de la historia y larga es la historia de la vida; recoger ambas siempre debería ser una tarea gratificante: Dios se pasea entre nosotros.

 

 

Una llamada a la entrega

“Ven, sígueme” “Anunciad a todos los pueblos que el Señor hizo proezas” “Proclama mi alma la grandeza del Señor”… Las citas de la presencia de Dios y de su Voz en el dinamismo de la extensión del Reino son interminables, pues no sólo se escriben y se leen en un texto sino que se  escuchan y se sienten en el corazón.

De las dos lecturas, sagrada y humana, debió brotar en las Hermanas Agustinas del Monasterio de san Leandro se Sevilla, la decisión de llevar un poco más allá ese Reino de Jesús. Y, como otra María, al recibir el anuncio de la Voluntad de Dios, contestaron “He aquí la esclava del Señor”. Escuchado el mensaje, se pusieron en camino… La pequeña concha de Huelva recibía, por deseo de Dios, una perla preciosa que guardar y cuidar en su seno: el primer Monasterio de Vida Contemplativa femenina, perla preciosa enriquecida con un brillo especial, el espíritu de san Agustín, la oración transida de la Caridad o la Caridad hecha oración. “Ante todas las cosas, queridísimas Hermanas, amemos a Dios y después al prójimo, porque estos son los mandamientos que nos han sido dados. He aquí lo que mandamos que observéis quienes vivís en Comunidad: En primer término, ya que con este fin os habéis congregado en Comunidad, vivid en la casa unánimes y tened una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios…” (Regla de san Agustín)

Pobreza, castidad y obediencia vividas con Cristo, en Él y por Él bajo la protección de María en su Santo Misterio de la Encarnación de su Hijo. A 25 de marzo de 1510 se abrieron las puertas de este vergel agustiniano para cerrarse tras el humilde paso de unas Hermanas que sólo buscaban la gloria de Dios en el silencio del claustro, la salvación de los hombres en su oración y sacrificio y una vida fraterna que hiciera siempre actual el mandato, el último deseo de Jesús: “Padre, que todos sean uno”.

Doña Elvira de Guzmán y Maldonado, condesa de Niebla, de estirpe onubense venía a enriquecer su tierra con su vida de consagración religiosa junto con otras Hermanas. A ella se irían uniendo otras muchas doncellas que buscaban una entrega definitiva al Señor y aquellos claustros, al mismo tiempo sencillos y fuertes sintieron los pasos seguros de grandes almas de oración y amor universal.

Las actas y documentos (algunos, por desgracia, perdidos) han llenado sus páginas de rostros y nombres; muchos de Religiosas, Monjas o Doñas, que así se llamaron entonces, pero, también de jóvenes educandas que eran traídas al Monasterio por sus padres para que recibieran una más cristiana y noble educación.

Frutos de santidad y buenas costumbres salieron de estos muros de la Casa de Dios que enriquecieron los hogares de Huelva durante muchos años. Más de cinco siglos ya dan un espacio amplio para recogerlos.

 

De la conjunción de esa vida contemplativa “sólo Dios” y esa semilla de vida apostólica agustiniana “arrastrad a todos al amor” ha nacido el nuevo rostro que en los últimos años vemos asomarse a la historia de nuestro Monasterio de Santa María de Gracia tras las ventanas de un Colegio lleno de proyectos y vida.

Todo es un camino de gracia vivido por Dios y para su gloria de la mano y guía del gran santo de todos los tiempos, san Agustín. Él recibió un carisma para repartirlo en la Iglesia y en la Humanidad. Nosotras nos sentimos y llamamos sus hijas y por esta razón tratamos de beber de su espiritualidad y ofrecerla a cuantos se acercan a preguntarnos ¿quiénes sois?

La herencia de aquel corazón inquieto a la búsqueda de Dios nos impulsa y llena de sentido nuestra vocación al Amor. Decid, pues,  con nosotras: ¡Dios merece la pena! ¡No! ¡Dios merece la vida!... ¿Quién quiere ofrecérsela caminando en nuestra compañía? ¡Sería este un buen momento!

Urgidas por el celo apostólico, intentamos hacer partícipes de aquellas bondades que Dios se ha dignado derramar en nosotras y en nuestra comunidad, a toda la comunidad eclesial y a todos los hombres, manteniéndonos siempre dentro del marco de nuestra vida contemplativa agustiniana. “Mientras la Iglesia se goza en aquellas almas que dulce y humildemente viven en paz suplica, llama a Aquel que nos ha dicho: “lo que os digo en la oscuridad gritadlo a la luz de día; lo que os susurro al oído voceadlo a los cuatro vientos” (In Jo. Evang. 57,4). De aquí dimana las obras de apostolado que algunas comunidades han emprendido para el servicio de la Iglesia especialmente en el campo de la atención a niños y jóvenes, en la noble tarea de la educación”.